lunes, 15 de julio de 2013

Veinticinco.


El ruido que invade la casa 
por cada rendija de las ventanas,
me habla de ti.

Te trae sonriendo. 
Desnuda, pequeña, nocturna.
En cada silencio te abraza a mí.

Como un ángel varado, 
sin rumbo, 
con las alas cortadas.
Pero no por ello menos salvador.
No por ello menos esencial.
Y sólo por ello vital.

Y es que hay un hueco en el sofá
que ya te empieza a recordar.
Cada primer rayo de sol
proyecta las sombras sobre la cama
como queriéndote dibujar.

Me duermo y te sueño.
Despierto y todavía tengo
la huella de tu cabeza marcada,
posada en mi pecho.

Y cada leve brisa,
cada gramo de memoria,
cada instante que se va,
te empuja hacia la profundidad de mis sábanas
y te hace naufragar.

Para quedarte en ellas.
Para que, aquello que noto cada despertar,
sea más que un sueño,
sea nuestra realidad.

Veinticinco.

 


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