El ruido que invade la casa
por cada rendija de las ventanas,
me habla de ti.
Te trae sonriendo.
Desnuda, pequeña, nocturna.
En cada silencio te abraza a mí.
Como un ángel varado,
sin rumbo,
con las alas cortadas.
Pero no por ello menos salvador.
No por ello menos esencial.
Y sólo por ello vital.
Y es que hay un hueco en el sofá
que ya te empieza a recordar.
Cada primer rayo de sol
proyecta las sombras sobre la cama
como queriéndote dibujar.
Me duermo y te sueño.
Despierto y todavía tengo
la huella de tu cabeza marcada,
posada en mi pecho.
Y cada leve brisa,
cada gramo de memoria,
cada instante que se va,
te empuja hacia la profundidad de mis sábanas
y te hace naufragar.
Para quedarte en ellas.
Para que, aquello que noto cada despertar,
sea más que un sueño,
sea nuestra realidad.
Veinticinco.
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